Pero no
por eso abandonaron el sentido de un arte agradable.
Función,
geometría. número, industria, todo puede coexistir reinando lo bello
sobre todo. No califiquemos de "arquitectura contemporánea" la
arquitectura fría y "rígida" de la fábrica, del hangar, o de la
colmena humana. Mejor seria decir de la arquitectura de la casa en
serie, del rascacielo cúbico hecho a prima de economías o cualquiera
otra de esas concepciones para encerrar a los "hombres-hormigas" o a
los "hombres" abejas": arquitectura industriada.
Lo que
perjudica a la arquitectura es el "academismo". (Vignola destruyó la
esencia del renacimiento poniendo medidas y proporciones a los órdenes
griegos que no las tenían). Y lo que pretende la arquitectura moderna,
es poner los números, las reglas y las proporciones de una fabricación
en serie. Muy pocos imaginan la dosis de "barroco" que hay en ciertas
arquitecturas "funcionales modernas". Es decir, que ya encierran un
germen de mungüa y declinación, que no salvará el hecho de poner
vidrios, construir saledizos o emplear materiales sintéticos.
Mirar la
evolución de hoy con sólo unas décadas de tiempo atrás, es padecer de
miopía histórica. Por eso el estudio de la arquitectura en su pasado
histórico, es tanto más indispensable. Parece que muchos maestros la
tienen olvidada, más por desprecio que por ignorancia. La
investigación del pasado y la acucia en la historia pueden ser lección
o pasatiempo. He escogido lo primero porque el espíritu arquitectónico
del hombre de ayer es tan fresco y tan puro que bien vale aprender sus
lecciones.
Nos
asombramos del "caos" presente.
Me hubiera complacido ver y gustar -y me hubiera sentido al igual que
hoy frente a este caos del mundo atómico -en esos "caos" que se
presentaron en tiempos remotos
cuando la caída del
imperio de Darío; o cuando Grecia se enfrentó al desastre de Queronca;
o Roma ante la creciente cristiana; o la crisis del año mil con su
anunciado cumplimiento del Apocalipsis.
Más tarde en los agónicos
años de una guerra cruel que duró cien años; o cuando la Revolución
Francesa conmueve socialmente al mundo y la independencia de las
naciones de América que parecían señalar el término del mundo en cada
uno de esos tiempos. |
El
"romántico" siglo XIX ha sido el siglo que preparó el progreso técnico
del siglo XX. La ciencia descubrió lo que se aplicó en este último. Y
la llamada "arquitectura contemporánea" tiene sus raíces en sociedades
tranquilas y "muy burguesas". En sociedades anteriores a la Primera
Guerra Mundial. Las tendencias de la arquitectura contemporánea son
anteriores al "cubismo", al "subrrealismo" y al "arte abstracto", en
la pintura; al "bruitismo" en la música; al "dadaísmo" en la poesía...
(por ejemplo).
Pero el
siglo XIX se olvidó de formular un orden, un orden social, y un orden
arquitectónico. Lo ganó el "caos" y el desorden de su progreso. No
mistificó arquitecturas. Olvidó algo de ella.
Cuando
se nos habla de formar un "hombre nuevo" la pregunta que me hago es
ésta: ¿Es lo que queda de la generación de ayer o los hombres de hoy,
los que formaremos ese hombre nuevo, o la generación que principia a
luchar, la que va a formarlo? ¿O es el hombre de mañana el que se hace
nuevo, tal como los que constantemente nos ponemos bajo la égida de la
civilización y nos esforzamos en ella renovando nuestro espíritu? El
hombre que vive su tiempo es siempre un hombre nuevo…
Lucien
Romier nos escribió hace unos veinte años ya entre el optimista
resurgimiento de la postguerra 1914-18 y la crisis económica del 29,
un libro que tituló "L'Homme Nouveau". Para "hombres nuevos"
imaginaron su patrón espiritual y social, hace más de tres siglos,
Bacon, Campanella, o Santo Tomás Moro. Hubo muchos. Dejamos a los
eruditos señalar en las páginas
de los viejos tratados cuantas veces se escribió sobre esto. Hombre
nuevo fue el que imaginaba crear Platón en su "República" y también,
más allá en lo remoto, Aristóteles. . . esto hace más de veinticinco
siglos. Siempre el hombre quiso un "hombre nuevo".
Y sólo Dios lo hizo en su
creación edénica. Luego fueron siempre "renovaciones". . . La
formación de una conciencia "arquitectónico-social" y el deseo de
hacerla en nuestro medio, desde hoy en adelante, me conmueve
hondamente. Pero es necesario, en primer lugar, precisar el alcance de
los términos.
La arquitectura es una
expresión social. Por lo tanto la sociedad tiene una "conciencia
arquitectónica", la que se puede expresar colectivamente -
anónimamente o por intermedio de sus artistas. |
Una conciencia
"arquitectónico-social" es indudablemente una cierta conciencia que ni
puede formarse ni siquiera podría existir. Sería como pretender formar
una conciencia pictórico-social o músico-social (aquí apreciamos la
vacuidad del término).
Pero que nos esforcemos
en crear una conciencia de arte o una conciencia estética, es
seguramente lo valedero, lo indispensable, la indiscutible privanza
de un pueblo. Y luego, que la tendencia que deba tener nuestra
arquitectura sea socialista. Bien; pero no una arquitectura de
"masas".
Es
hoy, en estos tiempos de la técnica.- de la máquina y del maquinismo
mal empleados aún - de
lo
"moderno, que no existe esa conciencia ética y las guerras universales
han sido la mejor muestra de ello. Nunca el mundo vio a sus ciudadanos
más lejos de una conciencia de arte. Probablemente el hombre se
acongoja e inquieta en dudas de arte tras dudas de ética, ante el
dios-técnica. Pueda este inspirar algunos artistas, pero la
colectividad no siente la atracción ni se mueve a una interpretación
como lo fuera en otros tiempos. El arte moderno es hasta hoy, arte de
"élites".
Abrigamos todos una esperanza de arte. De arte permanentemente fresco
y expresivo. Si la arquitectura tarda más que otras artes en renovarse
es porque la arquitectura a diferencia de otras artes, junta lo
meramente bello con lo indispensablemente económico.
Un
cuadro, una escultura, la poesía se producen, se miran, tocan o leen
sí gustan, o no. Una casa es motivo de mayores meditaciones ante la
posibilidad de sus ventajas permanentes (o lo más permanentes
posibles). Vale en su contraste tranquilo con el carácter tranquilo de
las cosas. Y para crear o producir no puede prescindir de una
aprobación colectiva y que tiende a fines ordenados.
Abriguemos todos una esperanza de arte. Pero su fecundidad no está en
la misma esperanza sino en la acción de nuestra obra. Como aquello de
"A Dios orando y con el mazo dando". Nuestra esperanza de arte es una
esperanza que ha de fundarse en el trabajo, el buen propósito y la
obra. Y en muchas otras cosas más. |