E S P A C I O  –  A propósito de un                   manifiesto de principios arquitecturales”.

 

POR: EMILIO HARTH-TERRE.

    Publicado en el Diario El Comercio

    el día 18 de Junio de 1947.

 

Pero no por eso abandonaron el sentido de un arte agradable.

Función, geometría. número, industria, todo puede coexistir reinando lo bello sobre todo. No califiquemos de "arquitectura contemporánea" la arquitectura fría y "rígida" de la fábrica, del hangar, o de la colmena humana. Mejor seria decir de la arquitectura de la casa en serie, del rascacielo cúbico hecho a prima de economías o cualquiera otra de esas concepciones para encerrar a los "hombres-hormigas" o a los "hombres" abejas": arquitectura industriada.

Lo que perjudica a la arquitectura es el "academismo". (Vignola destruyó la esencia del renacimiento poniendo medidas y proporciones a los órdenes griegos que no las tenían). Y lo que pretende la arquitectura moderna, es poner los números, las reglas y las proporciones de una fabricación en serie. Muy pocos imaginan la dosis de "barroco" que hay en ciertas arquitecturas "funcionales modernas". Es decir, que ya encierran un germen de mungüa y declinación, que no salvará el hecho de poner vidrios, construir saledizos o emplear materiales sintéticos.

Mirar la evolución de hoy con sólo unas décadas de tiempo atrás, es padecer de miopía histórica. Por eso el estudio de la arquitectura en su pasado histórico, es tanto más indispensable. Parece que muchos maestros la tienen olvidada, más por desprecio que por ignorancia. La investigación del pasado y la acucia en la historia pueden ser lección o pasatiempo. He escogido lo primero porque el espíritu arquitectónico del hombre de ayer es tan fresco y tan puro que bien vale aprender sus lecciones.

Nos asombramos del "caos" presente.

Me hubiera complacido ver y gustar -y me hubiera sentido al igual que hoy frente a este caos del mundo atómico -en esos "caos" que se presentaron en tiempos remotos cuando la caída del imperio de Darío; o cuando Grecia se enfrentó al desastre de Queronca; o Roma ante la creciente cristiana; o la crisis del año mil con su anunciado cumplimiento del Apocalipsis.

Más tarde en los agónicos años de una guerra cruel que duró cien años; o cuando la Revolución Francesa conmueve socialmente al mundo y la independencia de las naciones de América que parecían señalar el término del mundo en cada uno de esos tiempos.

El "romántico" siglo XIX ha sido el siglo que preparó el progreso técnico del siglo XX. La ciencia descubrió lo que se aplicó en este último. Y la llamada "arquitectura contemporánea" tiene sus raíces en sociedades tranquilas y "muy burguesas". En sociedades anteriores a la Primera Guerra Mundial. Las tendencias de la arquitectura contemporánea son anteriores al "cubismo", al "subrrealismo" y al "arte abstracto", en la pintura; al "bruitismo" en la música; al "dadaísmo" en la poesía... (por ejemplo). 

Pero el siglo XIX se olvidó de formular un orden, un orden social, y un orden arquitectónico. Lo ganó el "caos" y el desorden de su progreso. No mistificó arquitecturas. Olvidó algo de ella.

Cuando se nos habla de formar un "hombre nuevo" la pregunta que me hago es ésta: ¿Es lo que queda de la generación de ayer o los hombres de hoy, los que formaremos ese hombre nuevo, o la generación que principia a luchar, la que va a formarlo? ¿O es el hombre de mañana el que se hace nuevo, tal como los que constantemente nos ponemos bajo la égida de la civilización y nos esforzamos en ella renovando nuestro espíritu? El hombre que vive su tiempo es siempre un hombre nuevo…

Lucien Romier nos escribió hace unos veinte años ya entre el optimista resurgimiento de la postguerra 1914-18 y la crisis económica del 29, un libro  que tituló "L'Homme Nouveau". Para "hombres nuevos" imaginaron su patrón espiritual y social, hace más de tres siglos, Bacon, Campanella, o Santo Tomás Moro. Hubo muchos. Dejamos a los eruditos señalar en las páginas de los viejos tratados cuantas veces se escribió sobre esto. Hombre nuevo fue el que imaginaba crear Platón en su "República" y también, más allá en lo remoto, Aristóteles. . . esto hace más de veinticinco siglos. Siempre el hombre quiso un "hombre nuevo".

Y sólo Dios lo hizo en su creación edénica. Luego fueron siempre "renovaciones". . . La formación de una conciencia "arquitectónico-social" y el deseo de hacerla en nuestro medio, desde hoy en adelante, me conmueve hondamente. Pero es necesario, en primer lugar, precisar el alcance de los términos. La arquitectura es una expresión social. Por lo tanto la sociedad tiene una "conciencia arquitectónica", la que se puede expresar colectivamente - anónimamente o por intermedio de sus artistas.

Una conciencia "arquitectónico-social" es indudablemente una cierta conciencia que ni puede formarse ni siquiera podría existir. Sería como pretender formar una conciencia pictórico-social o músico-social (aquí apreciamos la vacuidad del término). Pero que nos esforcemos en crear una conciencia de arte o una conciencia estética, es seguramente lo valedero, lo indispensa­ble, la indiscutible privanza de un pueblo. Y luego, que la tendencia que deba tener nuestra arquitectura sea socialista. Bien; pero no una arquitectura de "masas".

Es hoy, en estos tiempos de la técnica.- de la máquina y del maquinismo mal empleados aún - de

lo "moderno, que no existe esa conciencia ética y las guerras universales han sido la mejor muestra de ello. Nunca el mundo vio a sus ciudadanos más lejos de una conciencia de arte. Probablemente el hombre se acongoja e inquieta en dudas de arte tras dudas de ética, ante el dios-técnica. Pueda este inspirar algunos artistas, pero la colectividad no siente la atracción ni se mueve a una interpretación como lo fuera en otros tiempos. El arte moderno es hasta hoy, arte de "élites".

Abrigamos todos una esperanza de arte. De arte permanentemente fresco y expresivo. Si la arquitectura tarda más que otras artes en renovarse es porque la arquitectura a diferencia de otras artes, junta lo meramente bello con lo indispensablemente económico.

Un cuadro, una escultura, la poesía se producen, se miran, tocan o leen sí gustan, o no. Una casa es motivo de mayores meditaciones ante la posibilidad de sus ventajas permanentes (o lo más permanentes posibles). Vale en su contraste tranquilo con el carácter tranquilo de las cosas. Y para crear o producir no puede prescindir de una aprobación colectiva y que tiende a fines ordenados.

Abriguemos todos una esperanza de arte. Pero su fecundidad no está en la misma esperanza sino en la acción de nuestra obra. Como aquello de "A Dios orando y con el mazo dando". Nuestra esperanza de arte es una esperanza que ha de fundarse en el trabajo, el buen propósito y la obra. Y en muchas otras cosas más.