Cartas a  un Joven Arquitecto

 

 

San Isidro,

14 de Diciembre de 1985

 

Mi querido amigo Ernesto B.

 

Le escribo esta carta después de una agitada tarde de verano que me ha dejado el cuerpo un poco maltrecho. Debo confesarle que todo el último fin de sema­na estuve pensando en el caso -o casa- que últimamente le ha tocado resolver y para lo cual me ha pedido lo ayude ya que trata de un caso sumamente difícil, sobre cuya naturaleza usted supone yo cuento con cierta experiencia.

Pero ANTES QUE NADA, como se acostumbra decir en nuestro medio, y más allá de LA ARQUITECTURA y sus problemas, no quiero que usted se quede sin mi saludo, ahora que llegan las Navidades y que en medio de tantas fiestas de­be pesarle el problema del caso que le tocó, y que ahora hago mío.

Me cuenta usted que su cliente le propuso lo ayudara a resolver el problema de la fachada del proyecto que tiene en mente para su vivienda, pues quiere iniciar a la mayor brevedad la construcción.  Le hizo saber también que él -su cliente- ya contaba con un esquema de la distribución de ambientes de la primera planta y que le faltaba la distribución del segundo nivel; no obstante, le refirió que su problema central era la fachada principal.

Como dato aparte usted me relató que no fue del agrado de su cliente un pro­yecto presentado justamente por un arquitecto amigo de él, pues este colega nuestro le propuso una casa que no tenia los techos inclinados cubiertos con te­jas, sino mas bien, le propuso una casa que su cliente definió como cuadrada, cúbica o moderna.

 Con todo lo dicho, es importante resaltar que -tal como me ha relatado el caso- su cliente fue muy claro con usted: desde el primer momento le ma­nifestó su propio deseo y el de su señora esposa de querer una casa con techos inclinados cubiertos con tejas, dándole a entender además que era del agrado de ellos todo el conjunto de elementos formales que suelen acompañar a los techos cubiertos con tejas: azulejos, rejas de hierro forjado, puertas talladas o artesonadas, aldabas, herrajes, etc. Querían en definitiva una casa del llamado en nuestro medio ESTILO COLONIAL-MODERNO.

Como usted sabe mi querido amigo, para mi dicho enfoque (inclinado con tejas de la arquitectura significó varios años de intensa investigación con ayuda multidisciplinaria, investigación que partió teniendo como premisa el considerar absurdo, para decir lo menos, la utilización casi masiva de tejas en las casas limeñas. Un día interrogando al Arq. Héctor Velarde sobre el porqué de este fenómeno, me refirió que a tanta teja quizás algún día llovería, con lo cual aumentó mi perplejidad. Pero quizás realmente algún día llueva, no sabemos si agua pero, lloverá.

Entiendo su pesar, y también el dilema que puede usted sentir ante tan difícil encargo, que cuestiona de raíz las enseñanzas recibidas en la facultad de ar­quitectura y cuestiona también a la arquitectura misma. ¿Estamos ambos ante la ANTI-ARQUITECTURA? ¿Acude usted a mÍ porque considera que yo podría exorcizar al demonio? El fenómeno da pánico, urbanizaciones enteras han si­do tomadas por él. ¿Qué hacer? Serenidad en primer lugar amigo mío. Mucha serenidad, estamos ante algo sumamente complejo. Tan sólo decir lo que hay tras las tejas y el enjambre de azulejos, ruedas de carroza, puertas apolilladas, muebles nuevos pero antiguos, y todo lo demás, puede resultar hasta hiriente y ofensivo.  Son Ideologías estéticas uno de cuyos importantes sustratos es la complejísima problemática de nuestra identidad nacional. Mas no quiero aquí tratar del asunto pues no es el lugar.

 Espero que todo lo dicho pueda servir por lo menos como planteamiento del pro­blema, o dilema, no sé. Siento, por otra parte, que este problema me abruma, me afecta, y no quiero perder la ecuanimidad. Por tanto, mi amigo, tendré que dejarlo.

Saldré a tomar aire y luego continuaré escribiéndole. Me despido.

           

                                                                           Con todo afecto,

 

L.R.C.


Barranco, cerca de Agua Dulce

a 14 de Diciembre de 1985

Mi querido amigo:

Me hallo en estos instantes frente al mar. El último párrafo de mi carta ante­rior me hizo dejar por un momento de escribirle y salí a ver las playas de Ba­rranco. Ojalá que mis ánimos sean ahora distintos. Veo frente a mi a unos muchachos que juegan alborotados al fútbol. Mar y cielo aún están separados. La noche comienza a caer. Son las 7:25 p.m. y siento deseos de comunicarle los sentimientos que en mí se movilizan ante el caso que le ha tocado resolver. Créame, son sentimientos profundamente honestos.

Lamento decirle, que estoy de acuerdo con nuestro colega arquitecto -a quien no conozco- que no quiso diseñarle a su cliente una casa con techos inclinados con tejas, y que en cambio le propuso una vivienda cúbico-cuadrada-moderna, que no fue de su agrado (me refiero al agrado de su cliente, un  equívoco aquí puede ser peligroso). Algo grave debió pasar. Quizás la forma de “cubicar-cuadrar-modernizar" la arquitectura por parte de nuestro colega falló estruendosa­mente, en relación al grado de soportabilidad estética, paro no hablar de sensi­bilidad, de su cliente y su familia. Mas ¿qué hacemos nosotros dos ahora? Siento decirle realmente, aunque quizás esto no es lo que usted esperaba, que debemos apoyar a nuestro colega, pues yo también le proyectaría a su cliente una casa cúbica-cuadrada-moderna, es más, le propondría un CUBO PERFECTO, ubicado en el centro exacto del terreno que dispone, para que valientemente asu­ma la modernidad o se aleje espantado y despavorido por las calles de Barranco, sintiendo que mi cubo lo persigue adonde va, y más aún en las noches, pues sue­lo dibujar mis proyectos ambientados en la noche. Debo confesarle que siendo aún muy joven proyecté algunas casas con techos inclinados con tejas, -confesión valiente como podrá usted ver- y hoy me arrepiento. Siento-aún-que fui débil y que no entendía lo que estaba ocurriendo. Creía que las casas debían ser así porque así las pedían. Mas aque­llo ya es tiempo pasado y creo haber pagado durante largos años mi error: hice una suerte  de celibato o ritual de purificación en la Pontificia Universidad Ca­tólica, en la Facultad de Antropología, en medio de libros de religión, cha­manismo, fetichismo, pintura facial, antropofagia, teofagia, simbolismo, ritual, y conociendo de cerca a Levi-Strauss, Malinowski, Radcliffe-Brown, Franz Boas, Marcel Mauss y tantos otros antropólogos famosos. Conocí a nuestros propios científicos sociales en acción, muchos de ellos excelentes investigadores. Fueron varios años de castidad arquitectónica, algo así como pensar en ella sin tocarla. Y finalmente terminó mi noche oscu­ra. Y me siento ahora como un brujo bororo tratando de resolver un caso que feliz­mente conozco. Hace algún tiempo me buscaron también para resolver un caso relacionado con un piso de mayólica antigua del cual brotaban manchas misteriosas a manera de grasa negra. No lo pude resolver, pero preguntando a maestros especialistas en colocado de mayólicas, uno de ellos me dijo: "el piso está llorando, ingeniero". Rompimos un trozo de piso y no encontra­mos nada. El piso sigue llorando.  Es un caso que aún tengo pendiente.

El sol aún continúa dibujando el horizonte, el sonido del viento y del mar se dejan escuchar nítidamente, los muchachos siguen jugando a la pelota, aunque con menos entusiasmo por el cansancio. En cambio, increíblemente han surgido rayos de sol en las nubes más altas que han adquirido tonos dorados, festivos y alegres. Mientras en el horizonte mar y cielo ya casi se han juntado y las agrestes palmeras que se hallan cerca se yerguen como fantasmas góticos y misteriosos que anuncian que la noche ya llega. Quiero despedirme por un momento de usted, sólo por unas horas. Me he propuesto concluir estas cartas hoy día y no quiero dejar pasar más tiempo sin dar   una respuesta a su encargo que    tomo como un caluroso presente a mi persona, y     más allá de ello como un reto a nuestra profesión, digno de dedicarle todo el tiempo que sea menester.

 

                                                Con mis mejores deseos y saludos.

 

L.R.C.


Barranco, cerca al llamado Triángulo de las

 Bermudas: Juanito-Hornito-La Estación

a 15 de Diciembre de 1985

Querido amigo:

Es el silencio de la noche quien ahora me acompaña. Me hallo  en mi oficina en medio de dibujos y más dibujos, objetos todos hermosos, luces, cua­dros, esculturas, pinturas y finalmente libros, con quienes mantengo una extra­ña relación de pasión y miedo a la vez. Cada libro cuenta acerca de mundos increíbles. Con   ellos he encontrado la mejor forma de escapar un poco de ese desatado y peligroso romance que  suelo tener con la misteriosa musa marina llamada AR­QUITECTURA. Y antes de que ambos sucumbamos ante sus encantos, pues de su belleza cuando la tiene, nadie se escapa, debo hacer un acto de contrición y continuar esta última de mis cartas. Recuerdo, por las notas que tomé mien­tras conversábamos, que su cliente le propuso le proporcionase usted un juego de planos de alguno de sus proyectos, que hayan sido realizados en   terrenos semejantes al de él, es decir, en terrenos de 160.00 m2 con dimensiones de 8.00 mts. de frente por 20.00 mts. de profundidad (no en esquina). En un principio, la sugerencia de su cliente me pareció procedente, sobre todo desde un punto de vista práctico. Mas, reflexionando en profundidad sobre el asunto, ayudado por mis propios proyectos realizados en áreas semejantes y dedicándole prácticamente todo el día Domingo al asunto, llegué a la conclusión de que jamás deberíamos permitir que se repita la construcción de un proyecto que ha­yamos realizado antes; no solamente porque toda repetición es una ofensa, co­mo dice un verso de un vals muy conocido, sino porque cada uno de nuestros proyectos realizados lleva un espíritu y lleva una historia. Lleva el espíritu de las familias para quienes fueron hechos esos proyectos; y de otro lado, y esto compete ya sólo a nosotros los arquitectos, cada uno de nuestros proyectos realizados lleva dentro de sí un momento particular de nuestro propio entendi­miento de la arquitectura.

 

Me duele mucho, mi querido amigo, dejar a su cliente en el más completo abandono, pero debemos ser fuertes.  Podría ocurrir que en un momento de debilidad usted sucumba ante tal demanda. Mas le advierto, se arrepentirá. Debe saber mi querido colega que si usted trata mal a la arquitectura, ella lo tratará muchísimo peor a usted. Incluso después de muerto -a todos nos lle­ga ese momento -, ELLA, la arquitectura maltratada por usted, lo seguirá señalando desde alguna esquina, desde algún lugar, y no lo dejará descansar en paz. Me duele, le repito, dirigirle todos estos conjuros, pero tenga en cuenta y recuerde lo aprendido en las aulas: la arquitectura puede vivir 500, 600, 700, 1000, 2000, 5000 años y más aún. Debemos tratar por tanto de edi­ficar algo inteligente y decoroso, que comunique a la vez -como lo dice Rob Krier- algún mensaje sobre nuestra sensibilidad estética y nuestra cultura a las generaciones que vendrán.

Tengo fe, no obstante, en que su cliente recapacite. Tengo fe en usted también pues tiene la responsabilidad de lograr que él y su familia cambien las ideas fi­jas que ya tienen. Dígales que no construyan con prescindencia de la arquitec­tura, pues no toda construcción es arquitectura. Comunique les que más allá de sus propósitos netamente utilitarios, una edificación debe alcanzar una dimensión estética contemporánea.

Suerte mi querido colega. Me reconforta ver un joven arquitecto reflexionar so­bre lo falso y superfluo que encubre nuestra expresión arquitectónica como país, co­mo nación: hacer arquitectura es también hacer cultura.

 

Quedo de usted, Atentamente,

Luis Rodríguez Cobos

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